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CELEP

Centro de Referencia Latinoamericano para la Educación Preescolar

La familia en el proceso educativo

Fragmentos del Módulo “Familia en el Proceso Educativo”, elaborado por especialistas del CELEP para la Maestría en Educación Preescolar que desarrolla la Asociación Mundial de Educadores Infantiles (AMEI).

La Familia como agente Educativo. Conceptos básicos

La familia es el grupo humano primario más importante en la vida del hombre, la institución más estable de la historia de la humanidad. El hombre vive en familia, aquella en la que nace, y, posteriormente, la que el mismo crea. Es innegable que, cada hombre o mujer, al unirse como pareja, aportan a la familia recién creada su manera de pensar, sus valores y actitudes; trasmiten luego a sus hijos los modos de actuar con los objetos, formas de relación con las personas, normas de comportamiento social, que reflejan mucho de lo que ellos mismos en su temprana niñez y durante toda la vida, aprendieron e hicieron suyos en sus respectivas familias, para así crear un ciclo que vuelve a repetirse.

Algunos científicos, varios de ellos antropólogos, afirman que las funciones que cumple la familia, persisten y persistirán a través de todos los tiempos, pues esta forma de organización es propia de la especie humana, le es inherente al hombre, por su doble condición de SER individual y SER social y, de forma natural requiere de éste, su grupo primario de origen.

Experiencias llevadas a cabo en algunos países, respondiendo a necesidades circunstanciales de los mismos, confirman la afirmación anterior.

En la década del 80, en el estado de Israel, con el fin de convertir con urgencia las tierras desérticas en granjas, se instituyeron una especie de comunas denominadas kibbutz, con el fin de utilizar toda la mano de obra disponible en ese empeño. En estas comunidades todas las personas comparten logros y esfuerzos y, tanto esposa como esposo contribuyen al trabajo con independencia del otro, en la tarea que sea de mayor utilidad. Los niños son llevados a instituciones infantiles de la propia comunidad, donde madres de allí mismo son entrenadas especialmente para cuidar de todos los niños de la comunidad. Allí permanecen por grupos etários hasta que finalizan la educación media superior, entonces, si lo desean, pueden ser parte del kibbutz.

Durante su permanencia en la institución infantil el niño puede conocer a sus padres y pasar temporadas con ellos. Casi todas las madres alimentan a sus hijos durante los primeros meses de vida y, según crecen, pasan más tiempo con sus padres, en la noche y fines de semana.

En una publicación mexicana de 1986 se expresaba lo siguiente: “Las personas que aprueban el sistema Kibbutz opinan que esta forma de vida libera a los padres para hacer todo lo posible por el bien de la comunidad y las relaciones familiares descansan sobre bases más relajadas y agradables” y afirmaba que este tipo de organización tendía a aumentar y satisfacía a la mayoría de la población de ese país.

Sin embargo, en una publicación de 1992, del propio país, se planteaba que en ese año sólo se mantenían en los Kibbutz el 4% de la población israelita y que esta cifra tendía a disminuir progresivamente” .

Experiencias similares han tenido el mismo fin.

Cada familia tiene un modo de vida determinado, que depende de sus condiciones de vida, de sus actividades sociales, y de las relaciones sociales de sus miembros. El concepto incluye las actividades de la vida familiar y las relaciones intrafamiliares, que son específicas del nivel de funcionamiento psicológico de este pequeño grupo humano; aunque reflejan, en última instancia, las actividades y relaciones extrafamiliares.

En esta concepción del modo de vida es necesario incluir el proceso y el resultado de la representación y regulación consciente de estas condiciones por sus integrantes. Los miembros de la familia se hacen una imagen subjetiva de diversos aspectos de sus condiciones de vida, sus actividades e interrelaciones; y sobre esa base regulan su comportamiento, aunque en la vida familiar hay importantes aspectos que escapan a su control consciente.

Las actividades y relaciones intrafamiliares, que los estudiosos agrupan –fundamentalmente por su contenido- en las llamadas funciones familiares, están encaminadas a la satisfacción de importantes necesidades de sus miembros, aunque no como individuos aislados, sino en estrecha interdependencia. El carácter social de dichas actividades y relaciones viene dado porque encarnan todo el legado histórico social presente en la cultura; porque los objetos que satisfacen esas necesidades, y la forma misma de satisfacerlas han devenido con la cultura en objetos sociales.

Pero, además, a través de estas actividades y relaciones en esa vida grupal, se produce la formación y transformación de la personalidad de sus integrantes. O sea, estas actividades y relaciones intrafamiliares tienen la propiedad de formar en los hijos las primeras cualidades de personalidad y de trasmitir los conocimientos iniciales que son la condición para la asimilación ulterior del resto de las relaciones sociales.

El concepto de función familiar, común en la sociología contemporánea, se comprende como la interrelación y transformación real que se opera en la familia a través de sus relaciones o actividades sociales, así como por efecto de las mismas.

Es necesario subrayar que las funciones se expresan en las actividades reales de la familia y en las relaciones concretas que se establecen entre sus miembros, asociadas también a diversos vínculos y relaciones extrafamiliares. Pero a la vez se vivencian en la subjetividad de sus integrantes, conformando las representaciones y regulaciones que ya mencionamos. Las funciones constituyen un sistema de complejos intercondicionamientos: la familia no es viable sin cierta armonía entre ellas; una disfunción en una de ellas altera al sistema.

La familia desempeña una función económica que históricamente le ha caracterizado como célula de la sociedad. Esta función abarca las actividades relacionadas con la reposición de la fuerza de trabajo de sus integrantes; el presupuesto de gastos de la familia en base a sus ingresos; las tareas domésticas del abastecimiento, el consumo, la satisfacción de necesidades materiales individuales, etc. Aquí resultan importantes los cuidados para asegurar la salud de sus miembros.

Las relaciones familiares que se establecen en la realización de estas tareas y la distribución de los roles hogareños son de gran valor para caracterizar la vida subjetiva de la colectividad familiar. En esta función también se incluye el descanso, que está expresado en el presupuesto de tiempo libre de cada miembro y de la familia como unidad.

La función biosocial de la familia comprende la procreación y crianza de los hijos, así como las relaciones sexuales y afectivas de la pareja. Estas actividades e interrelaciones son significativas en la estabilidad familiar y en la formación emocional de los hijos. Aquí también se incluyen las relaciones que dan lugar a la seguridad emocional de los miembros y su identificación con la familia.

La función espiritual - cultural comprende, entre otras cuestiones, la satisfacción de las necesidades culturales de sus miembros, la superación y esparcimiento cultural, así como la educación de los hijos. Algunos autores diferencian además la función educativa que se despliega en buena medida a través de las otras enumeradas hasta aquí; pues todas ellas satisfacen necesidades de los miembros, pero a la vez educan a la descendencia, y de esta manera garantizan aspectos de la reproducción social.

Es necesario valorar qué sentido subjetivo tienen las actividades e interrelaciones educativas para sus integrantes: hasta qué punto las regulan conscientemente (pues existen diversas influencias educativas que no se representan conscientemente); y cómo las asumen en sus planes de vida.

Se señaló anteriormente a la familia como el grupo humano primario más importante en la vida del hombre. El grupo humano es una comunidad de personas que actúa entre sí para lograr objetivos conscientes, una unidad que actúa objetivamente como sujeto de la actividad. En los llamados grupos primarios la relación se apoya no sólo en contactos personales, sino también en la gran atracción emocional de sus miembros hacia los objetivos, en el alto grado de identificación de cada uno con el grupo. La base psicológica y social de la acción grupal es la comunidad de intereses, de objetivos y la unidad de las acciones.

En el grupo pequeño se ejerce un control social peculiar sobre los miembros, se adoptan ciertas normas y valores y se espera de cada uno su cumplimiento. Hay en su seno mecanismos de aprobación y desaprobación de las conductas de sus integrantes, en función de las normas y valores aceptados. En el grupo familiar sus actividades, de contenido psicológico muy personal, producen una comunicación emocional y una identificación afectiva que responden en primer lugar a necesidades íntimas de la pareja y a los lazos de paternidad y filiación, privativos de la familia.

En el proceso de comunicación las actividades comprendidas en las distintas funciones mediatizan el desempeño de roles, las relaciones interpersonales, los afectos familiares, la identificación entre sus miembros, la empatía y la cohesión. Esto ocurre en un proceso de “ontogénesis” en el cual va enriqueciendo sus actividades hasta desarrollar y desplegar plenamente sus funciones.

Al constituirse la familia, sus integrantes aportan a las nuevas interrelaciones los condicionantes que traen de otros grupos humanos de procedencia y referencia, pero en la medida en que desarrollen las funciones específicas –económica, biosocial, espiritual- comienza a producirse la mediatización de las relaciones por las actividades significativas. Esta peculiar ontogénesis se inicia por la formación de una actitud de los miembros hacia el contenido de sus actividades fundamentales. Pero esos contenidos están socialmente condicionados: en el proceso se produce la apropiación de los valores sociales relativos al modo de vida familiar, que son expresión del modo de vida social. El comportamiento pautado socialmente para una madre y un padre, en un medio socio - cultural determinado, está expresado en estos valores.

Cada uno de los miembros de la familia desempeñan roles que encarnan las relaciones y valores de la sociedad en su conjunto; sirviendo así de poderoso medio de reproducción social. En el interior del grupo primario que es la familia, el rol de cada integrante “engarza” con los restantes mediante una serie de mecanismos de adjudicación y asunción de roles. El niño, o la niña, es llevado a asumir su rol genérico muy tempranamente, y en ese desempeño de roles como hijo, además aprende (interioriza) cómo es el comportamiento familiar de la madre y del padre respecto a su persona.

A medida que la función educativa familiar se despliega y se hace más compleja, las actividades educativas también van a mediatizar toda una esfera de relaciones entre los miembros de la familia. En cierta etapa de lo que se ha dado en llamar ciclo vital, los miembros adultos tienen una actitud más o menos consciente y dirigida ante el contenido, los objetivos, etc.; de las actividades que realizan en el hogar encaminadas a la educación y formación de la descendencia.

Se debe interpretar como una unidad los distintos componentes de la familia, las interrelaciones de sus miembros en torno a todos los problemas de la vida cotidiana, el intercambio de sus opiniones, la correlación de sus motivaciones, la elaboración o ajuste de sus planes de vida, etc. Esta unidad es realmente un proceso dinámico, que va desarrollándose a lo largo del ciclo vital, con etapas de grandes cambios, y otras de relativo equilibrio.

De acuerdo con el enfoque que se presenta la familia puede considerarse como un sistema en el cual suelen diferenciarse los subsistemas, como los de la pareja parental, el subsistema de los hijos, o la diada madre - hijo. Es productivo considerar la existencia de límites más o menos precisos, entre estos subsistemas; así como las relaciones (o las reglas de interacción) entre ellos. También se pueden estudiar espacios del desempeño de las actividades de cada subsistema y de los miembros en particular.

Al estudiar el ciclo vital los especialistas de familia describen las etapas de selección del cónyuge y concertación del matrimonio; la conyugal sin hijos; la de los hijos, su crianza y educación; la etapa de la relación conyugal con los hijos adultos; y la final del matrimonio. Cada etapa del ciclo vital comprende actividades familiares socialmente determinadas, que permiten caracterizar cierta jerarquía de las funciones familiares. En cada nueva etapa se pueden presentar crisis específicas porque las exigencias superiores que plantea el cumplimiento de las funciones familiares demandan un cambio en las interrelaciones de los miembros.

No obstante, la señalada concepción del ciclo vital a veces resulta metafísica en algunos autores occidentales, que no ven la esencia del movimiento desarrollador del sistema familiar –que está explicado en el condicionamiento social- y sólo describen sus aspectos fenoménicos. Recientemente se ha propuesto estudiar la esencia de las etapas del ciclo vital y su evolución sobre la base de las regularidades de la formación de la personalidad de los hijos, que depende de fuerzas motrices externas combinadas con las condiciones internas del desarrollo.

La familia es un sistema abierto que está recibiendo de manera continua, como unidad, las influencias de otros grupos sociales. Recibe las de la escuela, tanto a través de los hijos como por el contacto de los maestros y los padres: además está influenciada por la vida sociopolítica del país desde su inserción sociolaboral de los familiares adultos. También reciben, y no es despreciable, la influencia de la opinión social en la comunidad cercana, y por los medios de difusión.

Además, la familia es un sistema que se auto dirige con cierto grado de conciencia colectiva de sus miembros. Los padres, como subsistema rector, elaboran paulatinamente su representación del modelo social de familia, es decir, de los valores sociales históricamente formados en la conciencia social acerca del matrimonio, la familia, sus funciones, la educación de sus hijos, etc. Sobre esta base que no es estática se trazan los padres sus aspiraciones y tratan de autorregular las actividades intrafamiliares de acuerdo con sus concepciones y planes.

Los miembros de la familia experimentan la necesidad de la seguridad emocional, que en particular los más pequeños ven satisfecha en su relación con los padres. La identificación emocional con el hogar es un importante factor de estabilidad psíquica para todos; esto significa que el hogar constituye un refugio donde cada uno encuentra la seguridad y el afecto. La persona experimenta así el apoyo y solidaridad de los demás miembros de la familia a sus esfuerzos y a sus planes, y obtiene también un reforzamiento a sus opiniones personales.

Las relaciones afectivas conducen al tema de la comunicación intrafamiliar. Este resulta uno de los aspectos más investigados aunque con diversidad de enroques teóricos y metodológicos. La concepción sobre la comunicación es central en la construcción de una psicología de orientación materialista - histórica, y en la familia es donde el ser humano vive su comunicación más estrecha a lo largo de su ontogenia.

La comunicación desempeña importantes funciones informativas, regulativas y afectivas, cuestiones que están indisolublemente ligadas. En el desarrollo de las actividades hogareñas conjuntas se produce una necesaria comunicación entre los miembros, aunque también ellos dedican parte de su tiempo a la actividad específica de la comunicación afectiva, que se convierte en motivo de la actividad intrafamiliar. Esta comunicación expresa las necesidades e intenciones de los miembros del grupo familiar; mediante ella se ejerce una influencia en sus motivos y valores, condicionándose las decisiones vitales de todos.

Se ha reconocido que durante la primera infancia las alteraciones en la comunicación afectiva repercuten desfavorablemente en la formación temprana de la personalidad. En la experiencia clínica con niños que presentan defectos discapacitantes se comprueba que en los primeros años de vida se produce una especie de círculo de estimulación afectiva mutua entre la madre y el niño con defecto. Es señalado que cuanto más ella lo estimule, sus reacciones serán mejores. Pero si el bebé reacciona poco a los cuidados físicos, a las manipulaciones cariñosas, a la voz, a las sonrisas, y al afecto materno; eso desestimula a la madre. Luego sucede que la falta de estimulación sensorial y emocional frenan el desarrollo del bebé.

En general, el proceso de satisfacción de las necesidades especiales de estos niños puede estresar a la persona que lo cuida. A medida que ellos crecen, estas faltas de afecto, o incluso los rechazos que resultan evidentes en algunos familiares, pueden alterar notablemente la seguridad emocional del niño.

En cierta medida, la vida afectiva familiar es precondición para el funcionamiento adecuado del sistema, incluyendo el cumplimiento de sus funciones de reproducción social. Aquí operan mecanismos de regulación del sistema que no son conscientes para sus miembros.

La familia: Primera Escuela

La función educativa de la familia ha sido objeto de mucho interés para la psicología y la pedagogía general y, especialmente, para los que se ocupan de la educación y el desarrollo del niño en los seis primeros años de vida.

Los estudios e investigaciones más recientes de las neurociencias revelan las enormes posibilidades de aprendizaje y desarrollo del niño en las edades iniciales, y hacen reflexionar a las autoridades educacionales acerca de la necesidad de optimizar ese desarrollo, de potenciar al máximo, mediante una acertada dirección pedagógica, todas las potencialidades que la gran plasticidad del cerebro humano permitiría desarrollar.

Si se parte de que, en el transcurso de la actividad y mediante la comunicación con los que le rodean un ser humano puede hacer suya la experiencia histórico – social, es obvio el papel que la familia asume como mediador, facilitador de esa apropiación y su función educativa es la que más profunda huella dejará precisamente porque está permeada de amor, de íntima comunicación emocional.

La especificidad de la influencia familiar en la educación infantil está dada porque la familia influye, desde muy temprano en el desarrollo social, físico, intelectual y moral de su descendencia, todo lo cual se produce sobre una base emocional muy fuerte.

¿A qué conduce esta reflexión? En primer lugar a reconocer la existencia de la influencia educativa de la familia, que está caracterizada por su continuidad y duración. La familia es la primera escuela del hombre y son los padres los primeros educadores de sus hijos.

La seguridad y bienestar que se aporta al bebé cuando se le carga, arrulla o atiende en la satisfacción de sus necesidades, no desaparece, sino que se modifica según este va creciendo. La ternura, el cariño, y comprensión que se proporciona le hace crecer tranquilo y alegre; la comunicación afectiva que en esa primera etapa de la vida se establece ha de perdurar porque ese sello de afecto marcará de los niños que, en su hogar, aprenderán, quienes son, que pueden y que no pueden hacer, aprenderán a respetar a los adultos, a cuidar el orden, a ser aseados, a jugar con sus hermanitos, pero, además, aprenderán otras cuestiones relacionadas con el lugar donde nacieron, con su historia y sus símbolos patrios. Todo eso lo van a asimilar sin que el adulto, en algunas ocasiones, se lo proponga.

El niño en su hogar aprenderá a admirar lo bello, a decir la verdad, a compartir sus cosas, a respetar la bandera y la flor del jardín ajeno y ese aprendizaje va a estar matizado por el tono emocional que le impriman los padres, los adultos que le rodean, por la relación que con él establezcan y, muy especialmente, por el ejemplo que le ofrezcan.

Mucho antes de que surgiera con F. Froebel (1782-1852) un sistema para la educación social de los niños preescolares (instituciones educativas) ya pedagogos ilustres se habían referido a la importancia de las edades tempranas para todo el desarrollo ulterior del niño y, a la familia –a la madre fundamentalmente- como primera e insustituible educadora de sus hijos. Baste señalar –entre otros- a J. A. Comenius (1592-1670) que subrayó el papel de la Escuela Materna, como primera etapa de la educación, que ocupa los primeros seis años de la vida del niño, considerados por él como un período de intenso crecimiento físico y de desarrollo de los órganos de los sentidos y a E. Pestalozzi (1746-1827) que, en su propuesta de educación para el desarrollo armónico del niño: físico, intelectual, moral y laboral defendió como mejor y principal educador a la madre para las cuales escribió un manual “Libro para las Madres” o “Guía para las Madres” en el cual orientaba como desarrollar la observación y el lenguaje de sus menores hijos.

A partir de entonces y hasta la fecha, múltiples estudios e investigaciones han revelado las potencialidades de desarrollo del niño desde que nace y se ofrecen variadas formas para su estimulación desde el seno del hogar, mas también se ha corroborado el papel decisivo de la familia en las primeras edades, en lo referente a la formación o asimilación de hábitos de vida y de comportamiento social en sus pequeños hijos. Este período se considera “sensitivo” hablando en términos de L.S. Vigotsky, para la formación de los mismos.

La familia y la formación de hábitos de vida.

Educar correctamente al niño exige que, desde muy temprana edad se le enseñen ciertas normas y hábitos de vida que garanticen tanto su salud física y mental como su ajuste social.

El niño, en cada una de las etapas de su vida, debe comportarse de una manera adecuada, cumplimentar todo aquello que se espera de él, pero, para que así sea, es indispensable sentar previamente ciertas bases de organización de la vida familiar que le permitan tener las condiciones mínimas para lograr un desarrollo físico y psíquico adecuado.

Frecuentemente se le pide al niño que no riegue, que se peine y lave las manos, que no se manche la ropa, etc. Si no actúa adecuadamente, es porque no se han formado estos hábitos desde su más tierna infancia. De ocurrir esto se ha educado erróneamente al niño y esta falla hay que atribuírsela a los padres. Un hábito no es más que la forma de reaccionar frente a una situación determinada, que se obtiene a través de un entrenamiento sistemático; o sea, es la tendencia que existe de repetir un acto que se ha realizado previamente y que, una vez establecido, se realiza automáticamente, sin necesidad de analizar qué se está haciendo.

Para que el niño adquiera las normas y hábitos necesarios es indispensable que los padres organicen su vida, es decir, que le establezcan un horario de vida. Si se desea que el niño forme un hábito, primeramente hay que mostrarle cómo debe actuar. El ejemplo que ofrecen los padres y demás adultos que viven con él es muy importante. Además, es fundamental ser persistente, constante y tener la suficiente paciencia para no decaer en el logro de este propósito.

Si las personas que rodean al niño se caracterizan por ser sosegadas, tranquilas, cariñosas, el niño adquiere con facilidad el hábito de hablar en voz baja. No es lógico pedirle al niño que sea aseado si a su alrededor sólo ve personas sucias, que no cuidan de su aseo personal ni del orden y limpieza de la vivienda.

Una vez que se han garantizado las condiciones y mostrado al niño con el ejemplo lo que debe hacer, debe explicársele la utilidad del mismo, o sea, los beneficios que va a obtener cuando lo adquiera. Después será necesaria la repetición de esta actividad para que se fije en su conducta. Por último, los adultos –los padres, principalmente- aprovecharán estas primeras acciones del niño para reforzarlas y estimularlas de manera de crear en él motivaciones de hacer las cosas de esta manera.

No cabe duda que esta formación es responsabilidad de los adultos, quienes tienen que organizar sus propias vidas, teniendo en cuenta a sus hijos para no interferir el desarrollo de sus actividades.

Hay niños que sufren de pérdida del apetito, alteraciones en el sueño, etc., por falta de organización de la vida familiar.

Los primeros hábitos a formar son, indiscutiblemente, aquellos que están directamente relacionados con las necesidades básicas del niño, como son: la alimentación, el sueño, el aseo, la eliminación, etcétera. Estos hábitos tan necesarios se crean a una hora fija para condicionar el organismo.

Alimentación. Se debe acostumbrar al niño a comer a una hora determinada. Esto hace que tenga más apetito, que sienta hambre. Cuando el niño no come, es porque no tiene hambre. Si se le dan chucherías a distintas horas, es lógico que luego no quiera almorzar y rompa así el hábito periódico que se le debe formar, provocándose el desgano o anorexia. El niño puede también perder el apetito por una enfermedad que se gesta en su organismo o porque ya está enfermo. Si la mamá advierte esto y lo obliga a comer, está actuando mal, pues el niño empieza a asociar la comida con algo impuesto por sus padres y no la ve como el medio de satisfacer una necesidad propia de su organismo.

Hay que tener en cuenta también, que los niños comen de acuerdo a su ritmo de crecimiento, a las demandas de su organismo, a las actividades que realiza. Se puede observar un aumento del apetito cuando se produce un crecimiento acelerado en el niño o cuando hace un gran despliegue de actividad.

Cuando el niño advierte que sus padres se preocupan mucho y le imponen la comida, a veces, se produce en él un rechazo inconsciente hacia la misma. En otros casos, el niño aprovecha las horas de la alimentación para obtener “buenos dividendos”, utilizando así la comida como “treta” para obtener lo que desea.

Por lo tanto, la comida debe suministrarse siempre a la misma hora, evitando dar alimentos a intervalos menores de tres horas.

Los alimentos, tanto en cantidad como en variedad, deben satisfacer las necesidades de su organismo. Esta variedad se introduce en el momento adecuado, permitirá que él forme su paladar a los distintos gustos de los alimentos que todo niño necesita.

El niño debe comer junto a la familia y ver esta actividad como una ocasión agradable para compartir con sus padres. Tan pronto como sea posible éstos lo dejarán comer solo. Aunque se ensucie en un inicio, no deben regañarlo, sino ayudarlo y enseñarlo, teniendo en cuenta su edad y posibilidades.

No se le debe quitar la cuchara para evitar que se ensucie ni con el pretexto de que así termina más rápido. El niño se acomodará a esta situación y no sentirá placer por aprender. Debe comer lo que él realmente desee y, una vez terminada la comida, le retirarán el plato sin hacer alusión al posible desgano.

Si ha comido bien y ya es capaz de hacerlo sin botar los alimentos ni ensuciarse, se le debe estimular y reconocer, ante los familiares los avances obtenidos. En ocasiones, resulta muy provechoso utilizar en estos casos expresiones tales, como: “Ya Juanito es un hombrecito. Come tan bien como papá”.

Cuando se le va a enseñar a comer un alimento nuevo es conveniente que lo mire, huela y pruebe en el momento en que es mayor su apetito para favorecer su aceptación. Poco a poco, se le introduce en el uso adecuado de los cubiertos y en las buenas formas en la mesa. Si se sirve sopa, se le enseñará que ésta se toma con cuchara. Si es una papilla o arroz, con el tenedor y así sucesivamente. Si él ve a sus padres usar correctamente los cubiertos y a su vez se le pone a su alcance los adecuados a cada tipo de comida, aprenderá a utilizarlos rápidamente.

Sueño. El niño debe apreciar las horas de sueño al igual que las de alimentación como agradables. Los padres deben acostumbrarlo a dormir a la misma hora. Un niño pequeño debe dormir más de diez horas. Los padres deben saber el número de horas de sueño que el niño necesita. Estas se corresponden con su edad cronológica.

Cuando el ambiente no es adecuado, por existir peleas, discusiones, etc., el sueño del niño se altera. Igualmente, ocurre cuando se ha excitado demasiado durante el juego o cuando se ha alterado el horario de alimentación. Se debe evitar todo esto para lograr que el niño vaya tranquilo y sosegado a la cama.

Es bueno también, acostumbrar al niño a dormir la siesta. Después del almuerzo puede dormir dos o tres horas, que le permitirán reponer las energías gastadas durante las actividades de la mañana. Es muy provechoso formar estos hábitos que le propicien al niño, alternar períodos de vigilia y sueño. Si la mamá lo acuesta y dentro de la habitación no existen estímulos que pudieran ser susceptibles de distraerlo, no se debe prolongar demasiado el tiempo de la siesta, pues esto puede originar que se altere el horario del sueño nocturno.

Una vez llegada la hora de acostarse se proporcionarán las condiciones para que duerma bien y, a la mañana siguiente, se levantará a una hora fija, de manera que se habitúe y, una vez que esté en la escuela, no haya dificultades que interfieran el cumplimiento de sus obligaciones.

Eliminación. Los niños deben satisfacer, diariamente, sus necesidades eliminatorias.Para lograr que el pequeño adquiera estas costumbres, no sólo basta con sentarlo regularmente, en la sillita. Si bien es cierto, que algunas mamás tienen éxito en el entrenamiento de este hábito desde los primeros días, otras han debido esperar meses. ¿A qué se debe esto? Es necesario recordar, ante todo, que el sistema nervioso de un niño de corta edad es algo complejo y en plena organización; antes de determinada edad, el niño no tiene el sistema nervioso de un niño de corta edad es algo complejo y en plena organización; antes de determinada edad, el niño no tiene el sistema nervioso lo suficientemente maduro como para adquirir estos hábitos de eliminación. Para que un niño controle sus esfínteres, son necesarias varias condiciones que los padres deben conocer. Si observan bien, podrán determinar a la hora promedio en que el niño hace sus necesidades y, con alguna anticipación, sentarlo en la sillita. Llega el día que el niño solo es capaz de hacerlo cuando está sentado en el lugar adecuado y habrá formado así un hábito de vida correcto.

Aseo y orden. La creación de hábitos de aseo y orden son necesarios al niño para poder adaptarse al medio social, especialmente al medio escolar. Por lo tanto, es indispensable que se le enseñe mucho antes de su ingreso a la escuela.

Desde pequeño se le debe enseñar a cuidar las cosas, a tenerlas en un lugar determinado, de manera que pueda encontrarlas fácilmente. Se le debe enseñar a considerar aquellos objetos que le sirven para recrearse –juguetes entre otros- de aquellos otros que son necesarios para su labor, como los libros, libretas, lápices, etcétera.

Si esto se hace sistemáticamente, si se le muestra y se analiza conjuntamente con él las ventajas de estas conductas, el niño acaba por incorporarlos a su vida diaria, pues recibe los beneficios de esta organización.

Otro aspecto a considerar es la higiene personal. El niño debe aprender a cuidar su aspecto personal. Mucho debe preocuparle esto, si tiene en cuenta que vive en colectivo y que la falta de aseo molesta a todos. En el hogar se le debe enseñar a lavarse los dientes, bañarse, cuidar la higiene del cabello, peinarse, etcétera, así como del cuidado de su ropa.

Cuando el niño es muy pequeño no puede hacerlo por sí mismo, pero los padres lo enseñarán poco a poco y lo estimularán a hacer los primeros intentos. Cuando logra hacerlo por su cuenta, le reconocerán el resultado obtenido y le harán sugerencias de cómo resolver sus errores.

Un niño que no forma estos hábitos, resulta un adaptado cuando convive en un colectivo más amplio, independiente de su familia.

En la preparación que ofrezcan los padres se debe tener en cuenta que el niño ha de ayudar a la mamá a recoger su cuarto, a guardar las cosas en su lugar, a cuidar los objetos personales y familiares. A partir de los dos años observaremos que al niño se le puede instruir al respecto y obtener algunos resultados positivos, teniendo en cuenta sus posibilidades.

También es importante alertar a los padres que el ejemplo es lo más importante para conseguir buenos resultados. Si los padres no se preocupan por su apariencia personal ni por el orden y limpieza de la vivienda, de nada valen las advertencias ni orientaciones. Junto al ejemplo positivo que deben ofrecer los padres como educadores de sus hijos, está la orientación y ayuda constante. En la medida que el niño sea mayor, se recabará de él una mayor cooperación. Cuando se presenten pequeñas dificultades en la tarea que realiza, no se le regañará ni se harán comparaciones con los resultados que obtiene el adulto. Nunca se utilizarán comparaciones entre los hermanos como medio de resolver los errores, pues puede traer como consecuencia que el niño abandone la tarea y se vuelva irresponsable. Por poco que sea el provecho que el colectivo familiar obtenga de su ayuda, es indispensable reconocérselo y estimularlo con palabras alentadoras. Así, adquiere seguridad de sus posibilidades y mejorará su rendimiento. Y algo más, hay que tener en cuenta que el principal objetivo de esta participación es que el niño adquiera responsabilidad ante las tareas, lo que le posibilitará desempeñarlas cabalmente como escolar, en un futuro.

La familia y la formación de hábitos sociales en el niño.

Ningún padre aspira a formar un hijo que no se ajuste, por sus conductas, a la vida en sociedad. Todos quieren que sus hijos sean aceptados por sus compañeros, sean capaces y agradables, lo que les posibilite poder establecer relaciones sociales armónicas con sus semejantes. De ahí, lo importante que resulta enseñar al niño los hábitos sociales indispensables desde los primeros años.

La conducta social que manifiestan los niños, está estrechamente influida por las normas de conducta que se practiquen en el hogar.

Es en el colectivo familiar, donde se deben aprender y practicar los hábitos y normas positivas de convivencia social. Esto es posible a través de las relaciones que se establecen entre sus miembros. Son las relaciones familiares basadas en el amor y respeto mutuos las que ayudan a formar los hábitos sociales.

Muchos padres se preocupan por crear buenos hábitos de sueño, alimentación, etc., pero, a veces, no toman el interés necesario para enseñar al hijo los mejores hábitos de cortesía y las formas correctas de convivencia social que se utilizan en la vida en sociedad y que permiten expresar el respeto que se siente hacia las demás personas.

Cuando los padres tienen hábitos de convivencia social, ofrecen manifestaciones de cortesía, de respeto, comprensión, cooperación y solidaridad para con las personas con quienes conviven, constituyendo verdaderos ejemplos de buena educación. Este ejemplo es muy provechoso, pues el niño se comporta tal como ve actuar a los demás.

Las buenas relaciones de afecto y respeto entre las personas mayores del hogar, abuelos y padres, la cortesía hacia las figuras femeninas, el respeto a los ancianos e imposibilitados físicos, hacen que el niño adquiera buenos patrones de relación con sus semejantes.

Los padres deben empezar por brindar estas manifestaciones de afecto a su hijo, que van desde darle un beso cuando despierta hasta preguntarle cómo le va en el juego, o si le gustó el paseo que recién diera. Ningún padre puede esperar que su hijos sea cortés, si sus manifestaciones de cariño y amabilidad son limitadas e inexpresivas.

Cuando el niño convive con personas de distintas edades y criterios, los padres deben enseñarle con palabras y ejemplos que abuela y abuelo, al igual que ellos, mamá y papá, deben ser respetados por sus años y experiencia y que resulta inadmisible una frase desdeñosa, un gesto o conversación en alta voz, aunque lo que ellos planteen esté lejos de los criterios y opiniones infantiles. Las observaciones que los niños hagan de las opiniones de las personas mayores, deben ser hechas con respeto y consideración.

Dentro del hogar hay que utilizar expresiones adecuadas, amables con los niños, tales como: “hazme el favor”, “muchas gracias”, “si fueras tan amable”, etc., que facilitan la armonía familiar y lo educan en la gentileza y cortesía.

Las relaciones corteses entre hermanos también son importantes. Martí, en “La Edad de Oro”, expresó: “Nunca un niño es más bello que cuando lleva en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga o cuando lleva del brazo a su hermana para que nadie la ofenda; el niño crece entonces y se hace gigante.”

Igualmente, estas normas y hábitos sociales no deben quedarse limitadas al hogar. Merecen respeto y consideración los vecinos a quienes se considerarán como personas cercanas que nos solicitan y prestan su cooperación y afecto.

La cortesía y, en general, los hábitos sociales, deben practicarse en todas partes, en todas las actividades que requieren del concurso del niño. Si el niño hace una visita con sus padres, debe saludar a las personas cuando llega, preguntarles cómo están, no intervenir en las conversaciones que sostienen los adultos, despedirse respetuosamente. Esta misma actuación la deben observar las personas que lo acompañan. Todo esto debe explicársele cuidadosamente y hacer lo posible porque él comprenda los beneficios que se derivan de este comportamiento.

Igual conducta debe tener en otros paseos: lugares públicos, restaurantes, teatros, etc. El niño debe esperar pacientemente que sus padres se sienten y luego hacerlo él. En estos paseos es donde se pone más en evidencia la educación de las personas. Un niño que llega bruscamente al restaurante o cafetería, se sienta antes que sus padres, y tan pronto preguntan qué desean comer, pide sin tener en cuenta a sus padres, lo que da muestras de que en el hogar no se han trabajado estos aspectos de su educación.

Dentro de los hábitos sociales hay que enseñarle a cuidar sus cosas y respetar las ajenas. Así debe cuidar las pertenencias de sus familiares, y en caso de necesitarlas, pedirlas, teniendo especial cuidado de no dañarlas. Una vez que las devuelve debe agradecer el servicio que los mismos le han prestado.

Otro aspecto a considerar es el comportamiento que debe adoptar el niño en los lugares públicos, como pueden ser: teatros, veladas, celebración de conmemoraciones, etc. Se le debe enseñar desde pequeño, que existen actos que por su solemnidad exigen una conducta determinada. Los padres le explicarán que, durante los mismos, deben mantenerse en silencio, en actitud atenta y que cualquier manifestación de ausencia o desgano, da muestras de irrespetuosidad. Deben enseñarle el respeto por los símbolos de su Patria: bandera, himno y escudo, así como sus mártires y líderes, para que forme sólidos sentimientos que lo capaciten como futuro ciudadano.

Con el ejemplo ha de enseñarse al niño a cuidar la naturaleza, los animales y las plantas; a no dañarlos; a cuidar la limpieza no sólo del hogar, sino de otros lugares que se frecuentan o simplemente se transita por ellos: calles, parques, museos, áreas verdes en general.

De forma sencilla, natural y con el ejemplo, el cariño y la sistematicidad se han de formar en los niños los hábitos expuestos con anterioridad.

Potencialidades educativas de la familia de los niños de 0 a 6 años

La indiscutible importancia de las edades comprendidas entre 0 y 6 años para todo el desarrollo integral del niño hace que en las políticas educativas de los diferentes países se haya entrado seriamente a valorar cómo, por qué vías sería posible estimular el desarrollo general del niño: emocional, intelectual, físico, motriz, social. En algunos lugares se crean nuevas instituciones infantiles a las que acuden los pequeños a partir del tercero o cuarto año de vida, pero no son suficientes, no abarcan a todos los niños de estas edades y ¿qué pasa con los que tienen edades inferiores? ¿se deja a la espontaneidad, se espera a que crezcan y existan instalaciones educativas para ellos y mientras quedan zonas “apagadas” de su cerebro? Una rotunda negativa es la respuesta a esta interrogante. En las edades, en las cuales más se necesita la estimulación hay que procurarla y para ello existen programas de educación no formal, que mediante materiales educativos de fácil comprensión orientan a los padres, a la familia, acerca de que acciones puedan favorecer el desarrollo físico, intelectual, del lenguaje emocional de sus hijos, cómo lograr la formación de hábitos higiénicos, culturales, todo en un clima de amor y comprensión.

¿Y por qué se estructuran estos programas? Porque la educación familiar se puede ejercer sin propósitos conscientes, educando “como me educaron a mí” y, de lo que se trata ahora, es de lograr que los padres lleguen a adquirir ciertos conocimientos y a desarrollar determinadas habilidades que les permitan ejercer más acertadamente su función educativa, pues están comprobadas las enormes potencialidades educativas de la familia.

Por citar sólo algunos de esos programas cabe mencionar los “Hogares de Cuidado diario” y los “Multihogares” que se desarrollan en Venezuela; los “Hogares de Bienestar Familiar” que se aplican en Colombia por el Instituto de Bienestar Familiar; los “Programas no escolarizados de educación inicial y preescolar” que se llevaron a cabo en México, junto a otros como los de “Cuidado Diario” del Patronato Voluntario mexicano; los diversos programas chilenos no convencionales de educación inicial, tales como “Sala Cuna en el Hogar”, “Jardín a Distancia”, “Conozca a su hijo”; el programa ecuatoriano “Creciendo con nuestros hijos”, que aplica el Instituto Nacional del Niño y la Familia y el Programa “Educa a tu Hijo” que se aplica en la República de Cuba.

Algunos de los programas que existen, aunque prevén la educación de la familia, la atención educativa se realiza esencialmente por una madre “cuidadora” de la comunidad, que –aunque de bajo nivel cultural- recibe cierta preparación para la atención a los niños. En realidad esta modalidad funciona como pequeñas instituciones comunitarias que cuidan y protegen al niño de accidentes y realizan algunas acciones alimentarias y, en menor medida, educativas.

Otros programas sobre la base del conocimiento de la potencialidad educativa de la familia, y de que es en ella que transcurre esencialmente la vida del niño hasta que ingresa en la escuela, hacen centro de atención la preparación de la familia para que esta ejerza con mayor rigor científico la educación de sus hijos en el hogar.

Así los Programas “Sala Cuna en el Hogar” (Chileno); “Creciendo con nuestros hijos” (Ecuatoriano) y “Educa a tu Hijo (Cubano), por mencionar algunos constituyen proyectos educativos dirigidos a preparar a las familias mediante orientación directa y materiales ilustrados acerca de cómo estimular el desarrollo del niño en distintas esferas de su personalidad y en su preparación para la escuela.

En el caso del Programa “Educa a tu Hijo”, que se desarrolla en Cuba, vale señalar que parte de la convicción de la importancia de crear las mejores condiciones para el óptimo desarrollo de los niños desde que nacen hasta los seis años, tanto en el seno del hogar como en las de instituciones educacionales.

La imposibilidad de garantizar la atención educativa sistemática a todos los niños, desde las edades más tempranas, en instituciones y la certeza de que, aún y cuando ello fuera posible, la familia es su primera e insustituible escuela; así como el conocimiento de experiencias realizadas en otros países para prestar atención educativa a los infantes desde sus más tiernas edades, fundamentó la concepción y puesta en práctica experimental de este programa que abarca cuatro áreas fundamentales del desarrollo en este período etario: comunicación afectiva, desarrollo intelectual, desarrollo de los movimientos y formación de hábitos.

La familia es preparada para la realización de diferentes actividades dirigidas al desarrollo de las áreas mencionadas, las cuales se describen en folletos en los que, de forma sencilla, asequible y muchas veces con ilustraciones, se orienta a la familia acerca de cómo realizarlas.

En cada uno de los folletos que constituyen la colección “Educa a tu Hijo” se explican, además, las características del niño de acuerdo al período de vida cuyas orientaciones abarque ese ejemplar (recién nacido, dos a tres meses, de cuatro a seis meses, etc.), se brindan indicadores generales del desarrollo que permiten a la familia conocer qué ha logrado su niño al final del período y se incluyen recomendaciones de algunos cuidados que hay que tener con los niños en estas edades.

La efectividad lograda en la aplicación por las familias de los diferentes programas no formales demuestra cómo estas se apropian de los conocimientos necesarios acerca de las particularidades del desarrollo de sus hijos, de la importancia de su educación en estas edades, de cómo estimular mejor, con cuáles procedimientos hacerlo, muestra el nivel de compromiso que adquieren al sentirse responsables de la formación integral del pequeño.

Aunque en las edades que preceden el ingreso a la escuela es, en general, más elevada la cantidad de niños que asisten a instituciones infantiles, en este período, la influencia de la familia es decisiva con respecto a la preparación psicológica, emocional del niño para su ingreso a la escuela en la cual ha de ser ya un escolar, cuya conducta será el resultado de toda una etapa anterior de preparación, y reflejará, sin duda alguna, cuál ha sido el trabajo realizado por los padres.

La escuela, con todas sus nuevas actividades y deberes constituye la primera gran responsabilidad en la vida del niño. Ella le plantea una serie de exigencias y nuevas tareas que requieren de él no pocos esfuerzos y que significan un gran cambio en su vida, pues cambia el tipo fundamental de actividad que el niño debe realizar, ya no es el juego: cambian sus relaciones con el adulto, el maestro le va a plantear el cumplimiento del estudio –su nueva y primera responsabilidad-, los padres y familiares van a preocuparse acerca de cómo aprende; cambia el sistema de relaciones con sus compañeros, otros lo van a evaluar fundamentalmente por su resultado en el estudio.

La familia está muy comprometida en asegurar a los pequeños un feliz comienzo, esto depende en gran medida, de la creación de una actitud positiva hacia la escuela, hacia el maestro y hacia el estudio. Y es muy fácil de lograr.

Todos los estudios realizados muestran que casi el 100% de los niños manifiestan su deseo de ser escolar, de ir a la escuela, de aprender mucho. Cuando se les pregunta acerca de estos temas, se obtienen respuesta como: “Ya yo soy grande, puedo ir a la escuela”; “Quiero aprender a leer cuentos”; “En la escuela me enseñarán muchas cosas, igual que a mi hermano”.

Estas afirmaciones de los niños evidencian que existe en general, una buena disposición, que la escuela, el estudio, los libros, los hacen sentir mayores y responsables, ¿por qué entonces en algunos niños se ponen de manifiesto conductas negativas; llanto, miedos, vómitos?

En la mayoría de los casos la responsabilidad recae en los padres. O bien no se ha creado una imagen agradable, positiva de la escuela o del maestro, o bien es posible que el niño sea muy dependiente, que esté tan ligado a la familia que la separación le provoca ansiedad, temor o enfrentarse a un mundo nuevo, a nuevos amiguitos y deberes. Todo esto evidencia su insuficiente desarrollo de sus relaciones sociales, un inadecuado desarrollo afectivo.

Muchas afirmaciones que en forma no premeditada hacen los padres, contribuyen a crear en el niño una imagen negativa y deformada de la escuela. “El maestro es el que te va a arreglar”, “deja que tú llegues a la escuela”, “ya pronto empezarán las clases y entonces ya verás”. Estas expresiones de los padres crean en los niños una imagen negativa de la escuela, la ven como un lugar no deseable y se imaginan al maestro como alguien que inspira temor.

Es posible que en la casa haya varios hermanos que ya asisten a la escuela, y en pequeño escucha comentarios negativos al respecto. Estos comentarios lejos de despertar el deseo de asistir a la escuela hacen que la rechace.

Otras cosas que pueden hacer los padres para crear en el pequeño una actitud positiva ante la escuela, es acercarlo a ella. Pasear por los alrededores de la que será su escuela, conversar agradablemente con el niño acerca de lo bonita que es, que vea cómo los niños juegan, estudian y también trabajan en cosas tan agradables como cuidar las plantas, etc. Si sus hermanos tienen una fiesta escolar y el niño más pequeño puede asistir, es bueno que los padres lo lleven y vean en los murales todos los trabajos interesantes que hacen los niños mayores.

Diversos estudios realizados muestran que para el niño de edad preescolar, cobran gran importancia los llamados atributos externos, como son: tener uniforme, libros nuevos, lápices, plumas, colores, reglas, etc. Es por ello que los padres del futuro escolar deben prestar importancia a estos aspectos. El dedicar una pequeña mesa con sus gavetas para el niño, en cualquier rinconcito de la casa, colocar en ella todas sus nuevas pertenencias y señalarlo como su futuro lugar de trabajo, son recursos que ayudarán también a que comprenda toda la importancia que tienen la escuela y sus deberes como escolar.

Si los padres hacen todo este trabajo “psicológico” con el propósito de crear una imagen agradable y atractiva de la vida escolar, es posible que el primer día de clases su niño sonriente les dirá adiós desde la puerta de la escuela.

Otro de los aspectos fundamentales que incluye la preparación del niño para el aprendizaje escolar es desarrollar en ellos el deseo de saber. Un niño que sienta el deseo de conocer muchas cosas acerca del ambiente que le rodea, que experimente una insaciable curiosidad ante los fenómenos del mundo natural y social, será un niño que mirará la escuela como el lugar maravilloso en el que podrá satisfacer todos sus por qué.

El fin de la edad preescolar muchas veces se conoce como la edad de los por qué. Esto se confirma en la vida diaria. Cuando se viaja en un ómnibus, cuando nos sentamos en un parque, siempre que a nuestra atención llega la conversación de los niños preescolares, escuchamos estos interminables e interesantes por qués: ¿Por qué la luna sale nada más que por la noche? ¿Por qué no se cae?”; “¿De dónde viene la lluvia?”; “¿Qué es esto?”

No siempre estas preguntas encuentran respuestas adecuadas en los padres. No es que falte carácter científico a las respuestas, sino que la forma en que se dan no es adecuada. Muchos padres comienzan dando algunas respuestas, pero enseguida se cansan y no prestan más atención a los niños; otros matan este naciente deseo de saber, diciéndoles secamente: “no seas tan preguntón, ya lo sabrás después”.

En realidad, los padres tienen muchas oportunidades de fomentar ese deseo de saber de los niños, no sólo contestando sus preguntas, sino también creando ellos mismos inquietudes, haciéndoles observar algunas cosas interesantes, logrando que fijen su atención en múltiples aspectos de todo el mundo que les rodea. Y realmente, este trabajo no es difícil. No hay que realizarlo de una manera especial, sino que forma parte de todos los momentos en que los padres se relacionan con sus hijos.

El mundo de los libros, es algo que los papás pueden utilizar para despertar el interés de los niños por conocer muchas cosas. La lectura de estos libros de cuentos, fomentará en ellos el deseo de aprender a leer. Los libros con láminas acerca de la naturaleza o del trabajo del hombre, provocarán muchas preguntas que los padres deberán responder y además, enfatizarán cómo en la escuela aprenderán mucho más sobre éstas y otras cosas.

Por supuesto, que toda esta fructífera labor de los padres tiene que ser confirmada en la práctica de la educación en la escuela que debe ser para el niño ese lugar sorprendente en el que cada día aprenderá algo nuevo e interesante, donde, junto con sus compañeros y sus maestros, descubrirá los secretos del mundo natural, aprenderá a transformarlo y a crear nuevas cosas.

Por otra parte, el niño en la escuela, comenzará el aprendizaje sistemático de los fundamentos de las ciencias. Para realizarlo con éxito es necesario que haya desarrollado toda una serie de habilidades, que haya adquirido un determinado volumen de información y alcanzado un grado suficiente en el desarrollo de procesos, como el lenguaje, la percepción y, fundamentalmente, el pensamiento.

Si los niños asisten al círculo infantil o a un aula preescolar, tendrán todo un conjunto de actividades programadas, dirigidas a lograr este desarrollo. No obstante, los padres pueden contribuir extraordinariamente a este trabajo, que resulta imprescindible para aquellos niños que van a ingresar directamente a la escuela, en el primer grado.

La mano del niño puede convertirse en una mano hábil, preparada para realizar los movimientos finos que requiere la acción de escribir. A ello, contribuirán muchas actividades, que resultan muy interesantes para los niños de estas edades. Manejar el pincel y la tempera, proporcionarles plastilina para que modelen, recortar y pegar, etc., son actividades que atraen mucho a los niños y que además, contribuyen a desarrollar su percepción, su imaginación y creatividad y, además se acostumbrará a permanecer un período sentado, tranquilo, concentrado en una tarea.

Es importante, que el niño que ingresa a la escuela tenga un nivel de desarrollo de su lenguaje, adecuado. El lenguaje va a convertirse en un instrumento indispensable para la adquisición de nuevos conocimientos y para expresar los mismos de una forma correcta.

Para lograr este desarrollo no hay que hacer un trabajo al que se dedique un tiempo especial; se trata de orientar y controlar las conversaciones con los siguientes objetivos: que el niño sea capaz de describir lo que ve, ya sean objetos, láminas, hechos de la vida común o fenómenos que observe: que el niño pueda contar con coherencia, uniendo correctamente sus oraciones, sobre lo que hizo ayer, sobre lo que quiere hacer en el momento o acerca de lo que hará el domingo en sus paseos. Además, de enriquecer su lenguaje, le ayudará a pensar en lo que sucede ahora, lo que ya pasó y lo que sucederá, esto contribuye a su orientación en el tiempo. Ordenes cortas que se dan al niño, como: alcánzame el libro aquel que está dentro del costurero, pon este libro arriba de la mesa; recoge tu maquinita que está debajo de la silla, etc., ayudarán al niño a orientarse en el espacio, lo que resulta una adquisición indispensable para su desarrollo.

Resumiendo las ideas expuestas, diremos que debemos trabajar para lograr en el niño un desarrollo general, más que para el logro de habilidades muy específicas y concretas.

Finalmente, algo que es quizás lo más importante en todo el período de educación preescolar; tanto los educadores en las instituciones infantiles, como los padres en el hogar, deben sentar las bases del sentido del deber y la responsabilidad en los preescolares.

Se ha insistido mucho, en que los niños deben hacer cosas que resulten atractivas e interesantes, realizando diversas actividades en forma de juegos, por ser ésta la actividad fundamental a través de la cual se desarrolla el niño en la etapa preescolar. Esto es cierto. Pero resulta también importante, acostumbrar al pequeño a tener algunas responsabilidades, a cooperar en algunas actividades, que aunque no sean tan atractivas para ellos, deben realizarse porque son necesarias para la familia. Poco a poco el niño ser acostumbrará a ellas y comenzará a sentir el placer de hacer algo para los demás.

Muchas son las tareas que se plantean a los padres, como un deber en la preparación adecuada de sus hijos, para ese importante acontecimiento que es la entrada a la escuela. Sin embargo, los ejemplos y situaciones presentados evidencian que no se trata de un trabajo más, sino de una forma de dirigir y organizar toda la actividad educativa en la vida de la familia.

En la medida en que la institución se vincule a la familia, irá tendiendo un puente que posibilitará la vinculación de los padres a las actividades que ella convoque.

La familia y la institución infantil: unión necesaria

En páginas anteriores se señaló que cuando los padres llegan a adquirir ciertos conocimientos y desarrollar determinadas habilidades, pueden ser capaces de autorregular su función educativa; esta idea se retoma ahora porque, justamente, la familia cuyos menores hijos asisten a la institución educacional, tiene una ventaja, o mejor una opción y es la que los propios educadores, además de llevar a cabo sus problemas educativos y de estimulación de los niños, contribuyen –con acciones especialmente dirigidas- a orientarles acerca de cómo pueden ejercer de forma acertada y positiva, su responsabilidad educativa.

Esta acción educativa consciente es el objeto de la pedagogía familiar, que forma parte de las ciencias pedagógicas. En el presente se necesita avanzar en la comprensión científica del contenido de la educación familiar y especialmente de sus métodos educativos, que son propios de este peculiar grupo humano.

La pedagogía debe tomar en cuenta que la familia, como sistema abierto, tiene múltiples intercambios con otras instituciones sociales, entre ellas la institución educacional la cual actúa sobre las “entradas” del sistema familiar, tanto a través de la educación que le dan al hijo, como por la influencia que ejercen de manera directa sobre los padres. El sistema familiar actúa sobre la escuela en la medida en que el hijo es portador de valores y conductas que reflejan su medio familiar. También los padres promueven vínculos con aquella, al estar motivados por la educación de su descendencia.

Es reconocido como principio pedagógico el carácter activador que corresponde al centro educativo en sus relaciones con la familia, para influir en el proceso educativo intrafamiliar y lograr la convergencia de las acciones sobre el educando. No obstante, se debe tener en cuenta que la familia cumplirá su función formativa en la medida en que las condiciones de vida creadas por la sociedad, las relaciones sociales instauradas y el desarrollo de la conciencia social contribuyan a la formación de un determinado modo de vida hogareño. Hay que enfocar el proceso educativo familiar como la actividad de un grupo socialmente condicionado, comprenderlo en sus referencias socioclasistas.

El desarrollo de la psicología y la pedagogía, al revelar elementos del proceso de la formación de la personalidad en el seno de la familia, hizo posible el surgimiento de la educación a padres como actividad pedagógica específica. Esta consiste en un sistema de influencias psicológicamente dirigido, encaminado a elevar la preparación de los familiares adultos y estimular su participación consciente en la formación de su descendencia, en coordinación con la escuela. La educación a la familia suministra conocimientos, ayuda a argumentar opiniones, desarrolla actitudes y convicciones, estimula intereses y consolida motivaciones: contribuyendo a integrar la concepción del mundo en los padres. Una eficiente educación a la familia debe preparar a los padres para su autodesarrollo, de forma tal que se autoeduquen y se autorregulen en el desempeño de su función formativa con sus hijos.

Uno de los primeros propósitos en el trabajo de educación familiar será el establecimiento de estrechas relaciones entre la familia y los centros educativos infantiles. Es necesario que la familia perciba la institución como su propia escuela, la que puede contribuir a prepararlos para resolver los problemas de la vida cotidiana: de sus interrelaciones familiares, de su convivencia diaria, de la educación de sus hijos, de otros aspectos de su formación, y así, cumplir con éxito la responsabilidad personal y social que entraña educar al ciudadano del futuro.

Los procedimientos para hacer más efectiva una relación positiva, coherente, activa, reflexiva entre la familia y la institución educativa deben basarse en la coordinación, colaboración y participación entre estos dos agentes. Ello generará un modelo de comunicación que propicie el desarrollo de estrategias de intervención programada de acuerdo al contexto social, comunitario.

El trabajo con los padres, con la familia, favorece la relación educador – niño mediante el conocimiento de la composición familiar, formas de crianza, valores, costumbres, normas, sentimientos, estrategias de solución de problemas del entorno familiar.

La vinculación familia – institución presupone una doble proyección: la institución, proyectándose hacia la familia para conocer sus posibilidades, necesidades, condiciones reales de vida y orientar a los padres para lograr en el hogar la continuidad de la tareas educativas. La familia, ofreciendo a la institución información, apoyo y sus posibilidades como potencial educativo.

Cuando un niño de edad temprana y preescolar ingresa a una institución, la familia se encuentra, dentro de un ciclo de vida, en aquella etapa donde la atención y cuidados de sus pequeños se convierte en su tarea principal.

La mayoría de los padres con hijos de esas edades son muy jóvenes y se sienten aún muy inseguros en sus proyectos e ideas sobre cómo educar; no asumen aún de manera consciente un proyecto educativo como tal. La formación de hábitos de vida, sueño y alimentación para muchos padres sólo se relaciona con aspectos de salud, sin alcanzar a ver en ellos su carácter educativo.

La inexperiencia de estos padres a veces los llevan a generar ansiedades por la calidad del desempeño de su responsabilidad, y llegan a sentir la necesidad de ser orientados por personas más experimentadas y capacitadas, como puede ser la educadora u otro personal preparado de la institución que pueden utilizar diferentes vías para elevar la cultura pedagógica y psicológica de esos padres y es que, sin dudas cuando el niño ingresa en una institución escolar, se ponen de manifiesto una serie de expectativas por parte del hogar y del propio centro educativo que revelan en gran medida la actuación y resultados esperables entre sí.

En general la familia espera de la escuela que ofrezca a su hijo una educación esmerada, que le permita y ayuda a seguir creciendo en la espiral de la vida. Esta educación se espera que se ofrezca matizada de afecto, cuidados y atención.

Por otra parte muchos padres esperan que los educadores de sus hijos, especialistas en el difícil arte de educar, les ofrezcan orientaciones y métodos concretos sobre cómo educar a sus hijos de la mejor forma; le ofrezcan también los elementos necesarios para conocer los requerimientos psicopedagógicos de cada nuevo nivel escolar; sobre las regularidades y características de la etapa del desarrollo en que se encuentra su hijo.

En resumen, muchos padres esperan que la institución los ayude y prepare mejor para cumplir su función educativa. Por su parte esta espera de la familia que, en su seno, se produzca una continuidad coherente de su trabajo, de sus objetivos y concepciones, que adopte una actitud de cooperación y participación activa en la vida escolar de sus hijos y en la propia vida institucional, que apoyen sus tareas y objetivos con la confianza de que son los más adecuados y eficaces para obtener el resultado esperado por ambos.

Ahora bien, la relación institución infantil – familia se puede dar de manera causal o de forma intencional, dirigida.

La relación casual comprende todo el conjunto de encuentros informales que se producen entre familiares y educadores y que, generalmente, se da dentro de un proceso de comunicación donde predomina la función informativa y regulativa. El contenido de esta relación puede ser desde un simple saludo hasta un llamado de atención breve por la llegada tarde del niño a la institución o un ligero comentario sobre su alimentación.

No obstante todo encuentro, formal o informal, entre los padres, familia en general y educadores debe ser educativa si partimos del criterio de que en la institución todo educa, pues a ella le es inherente un propósito educativo, concretizado en objetivos científicamente fundamentados, con métodos y procedimientos igualmente científicos y con profesionales capacitados para ello.

El trabajo de educación familiar consiste fundamentalmente en orientar, explicar y demostrar a cada padre, a cada familia, las actividades que puede realizar con su pequeño, con el propósito de aprovechar al máximo el período privilegiado que caracteriza esta etapa de la vida y desarrollar habilidades preparatorias básicas para su desarrollo integral y por ende, su mejor preparación para el aprendizaje escolar.

Para propiciar una preparación psicológica y pedagógica de la familia es necesario conducir esta labor hacia el logro de un objetivo que se planifique previa y sistemáticamente, con un carácter concreto y un enfoque diferenciado; esto presupone continuidad, complejidad consecuente y utilización de conceptos teóricos y metodológicos, teniendo en cuenta el nivel cultural, las condiciones de vida y de educación de cada familia.

La educación familiar, con un carácter intencional y dirigido, se realiza mediante diferentes vías. Entre las más usuales y productivas se encuentran: las escuelas de padres, las consultas de familia y encuentros individuales, las visitas al hogar y las reuniones de padres.

Escuelas de padres.

Las escuelas de padres tienen el objetivo de contribuir a la capacitación pedagógica de la familia, a elevar su nivel de cultura psicológica y pedagógica, a prestar ayuda concreta en los distintos aspectos de la educación de sus niños.

El hecho de que la organización de las escuelas de padres supone el debate y la reflexión de un tema previamente acordado entre padres y educadoras, posibilita y exige la participación de las familias que exponen sus dudas, opiniones, intercambian sus experiencias, sugerencias y consejos y, llegan a conclusiones e inclusive, a tomar acuerdos acerca de conductas y estilos a seguir sobre una actuación o problema específico. La formación educativa de las escuelas de padres, su carácter participativo – interactivo, otorga a esta forma organizativa de educación familiar magníficas posibilidades de cumplir con los propósitos que se plantea: contribuir a la concientización y su preparación para que realicen una educación más científica de sus hijos.

Existen múltiples modalidades de educación de padres, como son los días de puertas abiertas, las charlas, las consultas por grupos, los murales de información, buzones de información y sugerencias, entre otras.

Todas estas formas de organización se apoyan con materiales didácticos y audiovisuales en su realización, así como con demostraciones con los niños que permitan hacer bien evidente a los padres los mensajes educativos que se orientan.

Se ha extendido mucho utilizar en las escuelas de padres técnicas de dinámica centradas en el grupo, denominadas en la actualidad técnicas participativas, con las cuales es el propio grupo el que se va cohesionando en torno a las tareas planteadas, y quien lleva a cabo una experiencia de verdadero aprendizaje colectivo. Los problemas que se discutan en la vida familiar, las interrelaciones que se crean entre los padres durante su análisis, los conceptos a los que se arriban, son eminentemente una creación grupal de los padres y no una elaboración tecnicista que los pedagogos u otros especialistas traten de trasladarles o inculcarles.

Estas técnicas abarcan entre otras las de animación o caldeamiento, que permiten crear el clima psicológico adecuado para adentrarse en los temas escogidos; las específicas de exploración de las ideas y opiniones que traen los padres; así como las de análisis y profundización en los problemas identificados. En distintos momentos de las sesiones de padres se utilizan técnicas que permiten evaluar el estado de ánimo, interés y comprensión; así como las que posibilitan graficar el conjunto de opiniones existentes o el curso de las ideas en debate.

Al generalizar las mejores experiencias de estas sesiones de padres se concluye que pueden operar como grupo de discusión de la manera siguiente:

  1. Se extraen las necesidades desde el propio grupo de padres, no se imponen por orientadores externos a la institución infantil. En algunos centros, de haber pedagogos y psicólogos, son ellos los que encuestan previamente estas necesidades, o se basan en sugerencias recogidas por un buzón u otro procedimiento.
  2. Los grandes eventos normativos del crecimiento de la familia siempre aparecen en un buen programa anual de escuelas de padres. Con el tiempo el centro infantil encuentra irregularidades que se repiten en cada curso, aunque las nuevas generaciones de padres maticen a su manera algunos problemas de la vida familiar.
  3. Lo esencial es invitar a los padres a proponer sus necesidades, y a proponer en un análisis colectivo el programa anual que desean desarrollar. Para ello se pueden utilizar diversos procedimientos y técnicas participativas.

De acuerdo con la experiencia una sesión típica de esta actividad transcurre por varios momentos:

Consultas de familia.

Otra alternativa para la atención a los padres, consiste en las consultas con la familia, para abordar preocupaciones o problemas que tengan los padres con sus hijos en el manejo hogareño, en la atención a sus necesidades, etc. Esta atención se puede realizar por los psicólogos y pedagogos del centro o vinculados a este y ha de contar con la presencia del educador.

Dichas consultas pueden consistir en una conversación orientadora o incluso en un proceso más corto en que toda la familia reflexione sobre sus problemas en torno al desarrollo del hijo y busque las vías para su solución bajo el asesoramiento profesional.

La conversación pedagógica con los padres es parte de la tradición de los centros infantiles, pero se centra más en el aprendizaje y en el comportamiento de los niños que en las características familiares que pudieran explicar ese comportamiento. Además, no se exploran adecuadamente las potencialidades de los padres para adecuar su funcionamiento familiar a las necesidades actuales de la formación del hijo.

En las consultas con la familia se puede abordar un asunto que preocupe al centro, a la familia, respecto al niño o a la niña. Se procura, por tanto, que cada miembro de la familia exprese como ven el problema planteado, y como se sienten al respecto. Se busca que unos valoren las opiniones de los otros, más que dar la conclusión por el profesional. Esta dinámica de la discusión conduce a que se despliegue en la sesión el sistema de relaciones que habitualmente existe en el seno de la familia, con sus tensiones, asimetrías, etc.

El educador es una autoridad indiscutible ante la familia, al menos en lo que concierne a las influencias sobre la educación infantil. Pero su conversación orientadora se dirige a ayudar a pensar y a actuar a la familia. El consejo orientador no sustituye lo que los propios padres razonan, opinan o se proponen hacer. El educador que atiende a unos padres contribuye mucho a la solución de los problemas familiares si escucha benévolamente, si manifiesta comprensión humana ante las dificultades o las preocupaciones que le plantea la familia, y abre un espacio a la búsqueda orientada de soluciones.

Una conversación orientadora puede conducir a las lecturas de materiales educativos, al reforzamiento de la asistencia a las charlas o reuniones de padres, y si es necesario a otros encuentros futuros en consultas de orientación.

Encuentros individuales.

Los encuentros individuales tienen una máxima prioridad en el centro infantil. El trabajo de orientación de la familia es uno de los más complejos en el centro, pero, ¿cómo el educador se gana el afecto y respeto de los padres y logra mantener las relaciones más estrechas con los mismos? No es muy difícil dar respuesta a esta pregunta si en el trabajo sistemático del centro se aprovecha cada momento casual de contacto con los padres para realizar una labor educativa con los mismos en una relación relajada y sin formalismos que muchas veces logra más resultados que otras vías más estructuradas de la orientación y educación de padres.

Mantener interesados a los padres por los conocimientos pedagógicos no es cosa fácil ni rápida de lograr, requiere todo un proceso de análisis de las características propias de forma individual y de trabajo sistemático con el padre de familia para poder brindar la ayuda necesaria y precisa en el momento oportuno, tener tacto para hacerse entender y no provocar una negativa rotunda al problema que se quiere dar solución. Por ejemplo, si se necesita hablar con los padres porque se observa dificultades en la conducta de su hijo, esto se hará a solas, sin palabras chocantes que puedan crearle predisposición hacia el tema o justificación del asunto. En estos casos se buscarán las palabras apropiadas que ayuden a los padres a la comprensión y reflexión del problema, y a su vez poder encausarlos a una solución conjunta de la dificultad de su hijo.

Esta vía se utilizará fundamentalmente cuando se desee prestar ayuda activa a los padres cuando exista un problema concreto que se quiera resolver, lo que de ninguna manera puede quedarse en el simple hecho de presentar el problema, sino llevar de frente la sistematización del trabajo individual con el menor, analizando el desarrollo de la dificultad, sus logros o necesidades de cambio de procedimiento, hasta superar dicha dificultad en la unidad de la familia y la institución.

Son importantes en este encuentro individual el aprender a escuchar a los padres, sin hacer preguntas personales que puedan inquietarlos, utilizando un trato afable y siendo hábil en enseñar lo que se pretende. El contenido de este encuentro individual con los padres solamente debe ser conocido por ellos y el educador, por lo que se debe valorar las condiciones en las que se realiza la orientación en el encuentro, a fin de garantizar la necesaria privacidad durante el mismo.

Visitas al hogar.

Las visitas al hogar aportan una información valiosa sobre las condiciones en las que el niño vive y se educa, tanto materiales como higiénicas y, fundamentalmente, las de carácter afectivo; permiten conocer la composición familiar; las relaciones entre sus miembros, el estilo educativo que predomina, entre otras, para, a partir de este conocimiento y de la potencialidad educativa que posee la familia, prever la ayuda necesaria, las orientaciones generales para el adecuado cumplimiento de sus función, así como, las sugerencias de medidas y de actividades concretas cuya aplicación permita favorecer el comportamiento infantil y estimular su desarrollo.

La visita al hogar lleva implícita la utilización de la “observación” de la vida familiar, al respecto es válido recordar que la observación puede ser incidental, si se refiere a eventos que se manifiestan en la cotidianidad y que pueden arrojar luz sobre la estructura de relaciones y de autoridad del sistema familiar.

Las observaciones sobre la familia se pueden realizar también en situaciones controladas, por ejemplo, cuando se cita a los padres al centro para tratar determinado aspecto, o cuando se convoca a padres para participar en algunas actividades de la vida de la institución tanto las que se realizan en el propio local del centro como las que se hacen cuando se realizan actividades festivas, paseos, excursiones, etc.

Otra situación típica de observación se refiere a las condiciones de vida en la comunidad y el hogar, enfatizando el desempeño de los roles que se expresan en la diaria convivencia. Se ha utilizado la observación como procedimiento sistemático durante visitas prolongadas al hogar.

Es preferible la realización de observaciones sistemáticas en el hogar, y que permiten hacer una interpretación objetiva de la vida familiar. El educador que visita un hogar ha de estar consciente de que su sola presencia allí puede modificar en algo el sistema de relaciones habituales. No obstante las visitas son imprescindibles para comprender mejor muchas de las manifestaciones que presentan los pequeños en el quehacer de la institución.

El registro de la información obtenida durante la visita debe ser hecho de inmediato y con la mayor objetividad posible, así como responder a los objetivos previstos para su realización. Cuestiones significativas no previstas que pueden surgir en la ocasión deben anotarse cuidadosamente.

La visita al hogar, si es adecuadamente realizada estimula el comportamiento de los padres, pues es aquí donde estos comprenden que el educador siente un gran amor por su trabajo y quiere ayudarlos, y orientarlos para que puedan educar correctamente a sus hijos. Así mismo, el educador conoce a otros miembros de la familia además de los padres, y que lógicamente han de ejercer también influencia en la educación del niño o la niña.

Reuniones de padres.

Con toda intención hemos separado las reuniones de padres de las escuelas de padres, pues la reunión ofrece un marco de contenido más amplio, y donde prevalece la función informativa y reguladora de la comunicación entre la educadora y los padres de familia, con una gama amplia de aspectos a analizar que pueden ir desde la información del curso del desarrollo de los niños y las niñas, hasta aspectos organizativos y educativos del centro infantil.

Las reuniones son una de las formas colectivas de trabajo con los padres a las que hay que imprimirles mayor flexibilidad y creatividad en su forma organizativa, para lograr que no sean esquemáticas y se adecuen a la información, orientación y definición de aspectos prácticos que necesitan los padres.

En el centro se deben promover la realización de reuniones en que sus objetivos fundamentales sean exponer experiencias educativas que los padres han trabajado en el seno del hogar bajo la orientación del educador, a fin de que sirvan al resto de los padres para mejorar el trato y manejo de sus hijos. También pueden organizarse preguntas y respuestas que promuevan el análisis de aspectos importantes, tanto pedagógicos, de alimentación, como de salud, y en cuya respuesta se observará el desarrollo educativo alcanzado por los padres y su aplicación en las actividades dentro del hogar.

La realización de las reuniones pueden marcarse en el horario de recogida de los niños, donde se reúna el mayor número de padres. El lugar debe seleccionarse de manera tal que promueva su participación, como puede ser el salón de la entrada, los pasillos, un patio central, el área exterior de juegos, entre otras.

El contenido educativo irá encaminado a interesar a los padres de familia en las actividades educativas que realizan sus hijos en los distintos momentos del horario de vida del centro infantil; éste será muy bien seleccionado y preparado, considerando que ha de tener un carácter breve e informal, en que se harán demostraciones prácticas, y donde al finalizar se dejarán en el lugar de la realización los materiales didácticos y juguetes utilizados con algunas notas explicativas para que puedan ser observados por los padres que no asistieron. Siempre se tendrá en cuenta que estas reuniones han de tener un doble carácter, tanto para demostrar como va la formación de los niños y las niñas en el desarrollo de hábitos, habilidades y capacidades, como para darle a los progenitores algunas ideas para la realización de actividades en el hogar que reafirmen los conocimientos que los niños aprenden en el centro infantil.

Las reuniones deben efectuarse con frecuencia, manteniendo a los padres actualizados e informados de la labor educativa que se ejerce en la institución, con el objetivo de buscar ayuda y unir los esfuerzos para el logro del pleno desarrollo de los niños.

Dentro del propio centro infantil puede establecerse un programa en el cual se señalen los objetivos por cada año de vida de los niños que se van a trabajar mensualmente por las educadoras, los cuales podrán ser motivo de análisis en cada grupo etario.

Las características esenciales que deben tener las orientaciones que se den a los padres en las reuniones para el cumplimiento efectivo de su labor educativa deben contemplar:

Otras alternativas metodológicas.

Otros métodos disponibles para los padres son las lecturas recomendadas, que muchas veces se publican en las localidades para la educación de los padres. Por otra parte, se utiliza la correspondencia entre los educadores y los padres. En las instituciones preescolares se ha probado con éxito la utilización de un buzón para las preguntas que deseen hacer los padres, que muchas veces se articula con un mural para divulgar las respuestas a las inquietudes generales, señalar las actividades del centro, escribir consejos sobre algunas cuestiones del desarrollo infantil, etc.

Dentro de las alternativas metodológicas de la educación de padres una vía muy efectiva lo son las asociaciones, comités o consejos de padres. La integración de los padres a la propia dinámica del centro infantil, en agrupaciones u organizaciones que colaboren directamente con el centro, en estructuras dirigidas por ellos mismos, ha sido comprobado por las investigaciones que constituyen medios efectivos y eficientes en el apoyo al trabajo educativo de la institución, y a la labor con los propios padres.

La denominación de estos grupos de padres que se organizan para cooperar con la labor educativa del centro infantil es muy variada, y ha de surgir de parte de los propios padres, y tomando en consideración lo que es culturalmente pertinente.

Entre los objetivos que se plantean estos grupos de padres están:

Las tareas principales de estos consejos de padres de familia son muy variadas, entre las que se ubican:

El consejo del centro infantil podrá tener una estructura diversa, de acuerdo con las particularidades del centro, las condiciones de los padres de familia, etc. Esta estructura podrá contar con un padre que funja como presidente del mismo, y un grupo de padres seleccionados por ellos mismos, en representación de cada grupo etario del centro infantil, y que forman un ejecutivo, por llamarlo de alguna manera, que se reúne con una periodicidad acordada, y que analizan las tareas del consejo, las actividades a promover y realizar con el resto de los padres, y las vías de apoyo y cooperación con el centro.

La organización del trabajo del consejo ha de comenzar al iniciarse el curso escolar, y en el cual se constituirá dicho consejo, para lo cual se convocará a los padres.

Después de la constitución se convocará para la primera reunión donde se analizarán las funciones y deberes del consejo y se trazará su plan de actividades. Este plan de actividades ha de ser muy sencillo y el mismo debe contar las actividades a realizar en el curso y la periodicidad de las reuniones a celebrar y que deben contemplar incluso la programación de las reuniones particulares de los padres de cada grupo.

Otra alternativa metodológica de las vías de orientación a padres es la utilización de los medios de difusión masiva, tales como la radio, la televisión, la prensa escrita mediante mensajes y programas específicos. En muchos países hay experiencias de este tipo tanto en lo que respecta a la difusión local como las que abarcan programas nacionales. Sus métodos son diversos, pero obedecen en última instancia a las características sociopsicológicas de la comunicación humana.

Como regla los programas de este tipo incrementan la cultura general de la familia en las cuestiones de la formación de los hijos, siendo más difícil los cambios de actitudes. La experiencia de vincular los espacios radiales y televisivos con las escuelas de padres ha favorecido que los cambios de actitudes se complementen con la discusión argumentadora, y la presión grupal movilizadora del cambio.

La evaluación de la efectividad de las acciones con los padres.

Los pedagogos siempre encaran el trabajo docente – educativo como un proceso dirigido, en el cual la evaluación de los resultados contribuye a rectificar la dirección emprendida. Esto es igualmente necesario en el trabajo con los padres, y así, en los centros infantiles que cuentan con mayor experiencia en la educación de la familia, se produce por lo general, una evaluación cualitativa anual del trabajo realizado, Sería ideal que los propios padres de familia participaran protagónicamente en esta valoración, pues en ese momento se construye el proyecto para las próximas acciones orientadoras.

En la escuela de padres es posible y conveniente realizar evaluaciones en cada sesión, para así en el transcurso de los meses, determinar si las expectativas iniciales de los padres se van cumpliendo, si tienen nuevas inquietudes o algo no les satisface. En algunos centros se realizan encuestas antes de iniciar el ciclo anual de escuelas de padres, y de nuevo se aplican al final para recoger las valoraciones.

Los indicadores más utilizados son la asistencia de los padres, su participación en las sesiones, la satisfacción que experimentan y los conocimientos que han adquirido. Esto se puede evaluar mediante diversos procedimientos cuantitativos y cualitativos, como los descritos anteriormente. Es común evaluar el conocimiento adquirido por los padres mediante preguntas por encuestas. Además es conveniente valorar de manera periódica con los educadores el esfuerzo realizado en el desarrollo de estas actividades con lo padres, si les ha cubierto sus expectativas, si existen sugerencias para el perfeccionamiento de las mismas, entre otros aspectos.

Como se aprecia, el centro educativo puede contribuir decisivamente a la elevación de la cultura de la familia; no obstante, esta potencialidad de la institución, se dimensiona cuando incluye en estos propósitos a la comunidad más cercana, cuando utiliza las posibilidades educativas de ésta, sus recurso materiales y, fundamentalmente, humanos, cuando detecta aquellas personas que por su autoridad, prestigio, experiencia y preparación pueden participar en los propósitos de lograr la educación familiar.

Esto adquiere mayor relieve por los resultados de recientes investigaciones que han demostrado como el nivel de vida familiar y especialmente la educación de los padres constituye un factor de gran peso en la disminución de la mortalidad infantil. No se trata de una relación directa por supuesto, pero sí, resulta evidente que los padres con mayor nivel de preparación y cultura pueden comprender con mayor conciencia como garantizar mejores condiciones de cuidado de sus hijos par logra su supervivencia. Una madre más culta y preparada comprende acepta y cumple mejor las orientaciones que recibe del médico o la enfermera para la alimentación de sus hijos, para sus higiene y cuidado y ello, lógicamente, se revierte en salud más plena. Igualmente logrará mejores condiciones de vida en el hogar que le permitirán prevenir enfermedades y accidentes y estimular el desarrollo cognoscitivo y afectivo de sus pequeños.

BIBLIOGRAFÍA

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