La pintura requería una técnica más elaborada y compleja que el simple trazo de una piedra. Aunque fuera un simple trazo, como los de este animal, suponía una preparación previa. Se utilizaban colorantes naturales de tonos amarillos, rojos, ocres y negros, con todas sus gamas y tonos. En el Neolítico se añadió el blanco. Los colorantes procedían de óxidos de hierro y manganeso, de tierras y carbones vegetales, almagra, hematíes, limonita, caolín, etc, diluidos en sangre, resinas de árboles, grasas animales y jugos vegetales.