No se trata de pretender contra toda lógica encerrarnos en una supuesta tradición local y negarnos al mundo, justo en la época en que se abren las fronteras, en que se intercomunican las naciones, en que se hace simultáneo el momento histórico de todos los pueblos. Se trata de entender que cada pueblo, como cada hombre, tiene su memoria y su rostro, que los tendrá por mucho tiempo y que el encuentro entre naciones y culturas sólo será verdadero cuando no sea un avasallamiento y una invasión indiscriminada de la técnica sobre la debilidad o la pasividad, sino cuando sea un verdadero intercambio, una aproximación respetuosa y sutil, de la que puedan salir mezclas creadoras y lenguajes fraternos... |
Una actitud de purismo extremo con respecto a las tradiciones no habría permitido jamás la aparición del jazz, de la música salsa y del rap, en donde se fusionan el sentir de los hijos de África y de América con los recursos técnicos e instrumentales de la música occidental; en este proceso, pues, lo importante, lo fundamental, es el respeto de las culturas y la aceptación de que no hay culturas superiores, de que las diferencias no pueden ser pretexto para jerarquizaciones y hegemonías. Si hoy se percibe más creatividad espontánea en las artes populares de los pueblos llamados del tercer mundo que en las de las sociedades industrializadas es porque el mundo industrial, con su mercado y su publicidad, tiende a reducir a las comunidades al exclusivo papel de consumidores, y vulnera con provisiones estereotipadas la capacidad creadora de las gentes.
... Ahora que estamos enfrentados a la planetización de la vida y esta trae enormes promesas pero también enormes riesgos para la humanidad. Un solo modelo económico, a menudo irreflexivo y depredador, se abre camino con sus milagros industriales y tecnológicos y con sus secuelas de contaminación, de saqueo de los recursos planetarios, de profanación del universo natural. Esta planetización exige alternativas culturales adecuadas a su fuerza y a su dinámica y para ello se requiere un vigoroso proceso de intercambio. No la imposición agresiva e insensible de un solo estilo de vida sobre el multitudinario rumor de las tradiciones, sino la convivencia plural de los lenguajes, la comprensión de que no puede haber verdades únicas ni bellezas únicas, ni culturas centrales ni metrópolis acalladoras sino que por fin, como escribió Borges evocando a Pascal, el universo es una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.
Ello exige romper la superstición de que hay pueblos avanzados y atrasados, la ilusión de centros y periferias. Necesitamos soluciones materiales para los pueblos pobres, pero también combatir la soledad la prepotencia y el nihilismo de los pueblos ricos. Necesitamos que no haya tantos muertos por la miseria y por el armamentismo de los países pobres, pero también que no haya tanta neurosis, tanta pobreza creativa y afectiva de los países industrializados. Necesitamos proteger la naturaleza en nuestros países, pero también recuperar la naturalidad de la vida allá donde todo se ha vuelto funcionalismo, rentabilidad y urgencia. Tenemos que aprender a estar cada uno en el centro de este mundo nuevo donde no haya una sola voz que no sea importante, una sola tradición que no sea vital, una sola cultura que no sea necesaria para definir los rasgos de nuestro rostro, la forma verdadera de nuestro destino humano.